Llorar y sentir, al igual que el amor, también representan al dolor humano. La vida se encuentra plagada de situaciones que inevitablemente requieren de superar esa rutina asfixiante; los gays no son la excepción. ¿Te has sentido así?
Hay días en que nada parece cuadrar. Hay días en que parece que la vida no tiene sentido, o el hastío de las cosas parecidas nos invade y no sabemos qué hacer.
Hay días en que recordamos historias que nos crean nostalgia y nos hacen vibrar. Hay días que simplemente duelen y los porqués sobran o se vuelven otra causa para enredarnos más.
Hay días que parecen no terminar, días eternos llenos de nada, esa nada que grita, esa rutina que pareciera no tener salida, esa rutina asfixiante: escuela, lecturas, emociones efímeras, transiciones largas, lágrimas contenidas y un dolor de cabeza que te taladra desde que amanece y casi te marea.
Y seguimos. Seguimos caminando por la vida, quizá desganados, quizá con pocos sueños, quizá esperando nuevas emociones, quizá queriendo reír y olvidar todo de tajo para volver a comenzar. Vaya error.
Las cosas no se olvidan, se neutralizan. Olvidar es imposible, debemos buscar el recordar sin que nos duela, y para llegar a eso hay que transitar por parajes desconocidos y obscuros, entrando en contacto con lo que se siente, sabiendo que de nosotros depende que no sea eterno.
Lo que es cierto es que esa oscuridad dará paso a nuevas cosas que llenaran nuestra vida de experiencias matizadas, de experiencias que darán luz a nuevas vivencias, porque habremos crecido y superado las situaciones de la vida. Nuestra vida. La vida propia.
Pero seguimos huyendo. Relegando nuestra vida a las decisiones de los otros. Quizá esperando a alguien, ese tan anhelado, del que todos hablan y que un día llegará a tomarte de la mano, a fundirte en un abrazo, a jurarte que no se irá. Esperando que nos cambie las perspectivas de vida, de amar y de sentir.
Y de repente, de reojo, llegan los amores que te preceden y te invaden de miedo, de cansancio por esas emociones fallidas, esos golpes bajos que se sienten tan profundamente, que duelen por mucho tiempo y a los cuales a veces huimos.
Y tememos, y queremos correr y no sabemos qué hacer y nos detenemos y no sabemos cómo manejarnos. ¿Y si parece el amor? ¿Y si no aparece? Y seguimos dudando, y seguimos cansados, y seguimos vacíos y seguimos y seguimos.
Pero la vida y el amor son decisiones y éstas tienen sus efectos y sus consecuencias, mismas que debemos asumir y buscar lo aprendido de las situaciones. Siempre hay aprendizaje, sólo que con el dolor a cuestas y con los ojos llenos de lágrimas no los podemos apreciar.
Pero llorar y sentir dolor es humano. Es lo que nos hace diferentes, lo que ayuda a aclarar para realmente ver lo que arrojan las vivencias, porque también es cierto que evadiéndonos no llegamos a ningún lado, más que a estar, más vacíos y lejanos del centro de la vida: nosotros mismos.
No hay que temerle al dolor, es sólo un matiz de la vida.
Fuente: Luis Miguel Bernal
Hay días en que nada parece cuadrar. Hay días en que parece que la vida no tiene sentido, o el hastío de las cosas parecidas nos invade y no sabemos qué hacer.
Hay días en que recordamos historias que nos crean nostalgia y nos hacen vibrar. Hay días que simplemente duelen y los porqués sobran o se vuelven otra causa para enredarnos más.
Hay días que parecen no terminar, días eternos llenos de nada, esa nada que grita, esa rutina que pareciera no tener salida, esa rutina asfixiante: escuela, lecturas, emociones efímeras, transiciones largas, lágrimas contenidas y un dolor de cabeza que te taladra desde que amanece y casi te marea.
Y seguimos. Seguimos caminando por la vida, quizá desganados, quizá con pocos sueños, quizá esperando nuevas emociones, quizá queriendo reír y olvidar todo de tajo para volver a comenzar. Vaya error.
Las cosas no se olvidan, se neutralizan. Olvidar es imposible, debemos buscar el recordar sin que nos duela, y para llegar a eso hay que transitar por parajes desconocidos y obscuros, entrando en contacto con lo que se siente, sabiendo que de nosotros depende que no sea eterno.
Lo que es cierto es que esa oscuridad dará paso a nuevas cosas que llenaran nuestra vida de experiencias matizadas, de experiencias que darán luz a nuevas vivencias, porque habremos crecido y superado las situaciones de la vida. Nuestra vida. La vida propia.
Pero seguimos huyendo. Relegando nuestra vida a las decisiones de los otros. Quizá esperando a alguien, ese tan anhelado, del que todos hablan y que un día llegará a tomarte de la mano, a fundirte en un abrazo, a jurarte que no se irá. Esperando que nos cambie las perspectivas de vida, de amar y de sentir.
Y de repente, de reojo, llegan los amores que te preceden y te invaden de miedo, de cansancio por esas emociones fallidas, esos golpes bajos que se sienten tan profundamente, que duelen por mucho tiempo y a los cuales a veces huimos.
Y tememos, y queremos correr y no sabemos qué hacer y nos detenemos y no sabemos cómo manejarnos. ¿Y si parece el amor? ¿Y si no aparece? Y seguimos dudando, y seguimos cansados, y seguimos vacíos y seguimos y seguimos.
Pero la vida y el amor son decisiones y éstas tienen sus efectos y sus consecuencias, mismas que debemos asumir y buscar lo aprendido de las situaciones. Siempre hay aprendizaje, sólo que con el dolor a cuestas y con los ojos llenos de lágrimas no los podemos apreciar.
Pero llorar y sentir dolor es humano. Es lo que nos hace diferentes, lo que ayuda a aclarar para realmente ver lo que arrojan las vivencias, porque también es cierto que evadiéndonos no llegamos a ningún lado, más que a estar, más vacíos y lejanos del centro de la vida: nosotros mismos.
No hay que temerle al dolor, es sólo un matiz de la vida.
Fuente: Luis Miguel Bernal
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