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lunes, 28 de julio de 2008

Masturbación frente a mi primo - relato

El joven Esteban llegó tarde a su casa como se había vuelto costumbre en las últimas semanas. Las competencias se acercaban y los entrenamientos eran más fuertes cada vez. En el camino a casa había pensado en lo mucho que necesitaba dormir y en lo bien que la caería una paja para relajar sus músculos y liberarse de la tensión mental que su entrenador le imprimía todos los días. Casi sin hacer ruido entró a su casa para no despertar a sus padres ni a su hermana, subió las escaleras hacia su alcoba. Antes de entrar en ella, recordó con pesar a su primo Julián. Este último, unos años menor que Esteban, estaba pasando las vacaciones con él, incluso dormía en su cuarto en una cama separada, y Esteban, ocupado con los entrenamientos, no le había podido dedicar el tiempo que Julián se merecía.

Esteban entró en su alcoba suavemente y encendió una luz tenue para cambiarse de ropa antes de dormir. Colocó su morral sobre una mesa auxiliar y observó a Julián mientras dormía. Pobre Julián, pensó, pasando sus vacaciones solo con mis papás. Esteban caminó entonces hacia la ventana mientras se quitaba la camisa. Revisó que ésta estuviera bien cerrada para evitar el frío de la noche y volvieron a él los deseos de darse una buena paja, pero ¿cómo? Con Julián durmiendo en la cama contigua era imposible tener privacidad. Sin embargo no le faltaban pretextos para hacérsela. A la presión de los entrenamientos se sumaba el placer y la tensión sexual de ver a sus compañeros en las duchas. Todos de su misma edad, todos con cuerpos definidos y fuertes, todos tan apetecibles para Esteban que tenía que luchar cada día para que su verga no lo delatara frente a sus compañeros.

Esteban colocó su camisa sobre su morral, lentamente se despojó de sus zapatos y sus medias y se disponía a retirar su pantaloneta cuando se percató por un instante que su primo Julián lo estaba observando. Esteban se quedó pensativo, ‘¿por qué Julián cerraría sus ojos apenas lo alcancé a ver? Es muy raro pues cuando se despierta me saluda’. En fin, Esteban se quitó su pantaloneta y quedó en boxers únicamente. Los largos años dedicados al volleyball habían labrado en el alto joven un cuerpo simétrico, delgado, en el que cada músculo era evidente. Poseía una definición precisa que causaba la admiración de muchas y muchos. Esteban era muy modesto respecto a su físico, sabía que su cara y su cuerpo resultaban atractivos pero parecía no interesarle. Sin embargo, de vez en cuando se asomaba al espejo de cuerpo entero que estaba en la pared de su habitación para percatarse de los avances de su físico. Y allí estaba Esteban de pie frente al espejo, tensionando un poco sus músculos para auto-aprobar su definido cuerpo, cuando notó nuevamente que su primo Julián le estaba observando. Esteban volteó su cabeza para mirar de frente a Julián pero éste ya había cerrado sus ojos, sin embargo, hubo algo que llamó la atención de Esteban. A través de las cobijas se podía notar un leve bulto a la altura de la cintura de Julián. Esteban se preguntó rápidamente si su primo le estaría viendo con cierta excitación a la espera de que él se desnudara por completo, no le cabía en la cabeza que a Julián le gustaran los hombres, siempre creyó que tenía la habilidad para identificar homosexuales y nunca pensó que Julián fuera uno de ellos. Pero pudo más la curiosidad de Esteban y decidió “probar a su primo”.

Nuevamente se paró frente al espejo y se quitó los boxers. Ahora estaba completamente desnudo y ofreciéndole a su primo más joven una vista privilegiada de su espalda y su trasero. Esteban empezó a espiar sutilmente los movimientos de Julián y pudo notar cómo este abrió sus ojos levemente y al ver a su primo desnudo llevó su mano, por debajo de las cobijas, hacia su bulto, convencido de que Esteban no se estaba dando cuenta de lo que sucedía. Estaba ya comprobado. Julián estaba excitado al ver a Esteban desnudo. Esteban estaba un poco confundido pero en ese momento empezó a sentir una excitación sin precedentes causada por aquella situación con su primo. No sabia qué hacer para acercarse a él, ¿qué tal que Julián se asustara y decidiera negar todo? ¿Qué tal que saliera corriendo a la habitación de los padres de Esteban y les contara que su hijo quería tocarle?. Esteban decidió entonces sacarle provecho a la situación sin correr ningún riesgo y, al mismo tiempo, hacerle pasar un buen rato a su primo en compensación por todo el tiempo que no había podido estar con él.

El joven atleta fingió no percatarse que Julián le estaba observando y, de frente al espejo y desnudo como se encontraba, empezó a acariciar su pene que ya estaba creciendo por lo que acababa de comprobar. Esteban empezó a masturbarse suavemente pretendiendo que no era observado. Arqueaba su cuerpo hacia delante un poco, doblaba levemente sus rodillas, estaba disfrutando bastante de aquel espectáculo que le estaba brindando a su primo menor. Julián, sin abandonar su papel de “durmiente profundo”, se acomodó de lado sobre la cama de forma tal que su bulto ya no fuera evidente. Esteban se detuvo al percatarse de este movimiento de Julián, pensó que su primo menor había decidido “despertarse”, pero rápidamente observó que este continuaba “profundamente dormido”. La excitación aumentó en Esteban y decidió asumir su posición favorita para hacerse la paja: acostado boca arriba en su cama. De esta forma le daría una mejor vista a su primo. Fue así como el joven atleta se acostó sobre su cama sin apagar la tenue luz y puso su brazo izquierdo sobre su cara mientras con su mano derecha seguía acariciando su dura verga. Julián sintió entonces más confianza pues su primo, cubriendo su cara con su brazo, ya no podía percatarse que le estaba espiando. Y ambos primos empezaron a compartir sus momentos más íntimos mientras se masturbaban frente al otro. Esteban sabía perfectamente lo que estaba sucediendo pero Julián se sentía aún más excitado al pensar en lo arriesgado de su paja espiando a su primo mayor.

Esteban estaba gozando de un enorme placer al saber que su primo le estaba observando. Asumía toda clase de varoniles poses, suspiraba intencionalmente y se acariciaba su pecho, su abdomen y hasta sus piernas, todo por hacer más sensual la escena para su primo menor. Por su parte, Julián trataba de no emitir sonido alguno, sus movimientos eran mínimos pero muy placenteros. Trataba de amortiguar cada sacudida de su mano para evitar que su primo mayor se percatara de sus actos de espionaje.

Después de unos instantes de masturbación, el mayor de los muchachos decidió que era el momento de eyacular, ya su cuerpo no podía con tanta excitación y su pene estaba más grande que nunca. Aceleró el ritmo de sus movimientos no sin antes ubicarse en una pose que permitiera a Julián observar toda la acción. Después de unos segundos, Esteban empezó a eyacular como pocas veces en su vida mientras que su respiración profunda contrastaba con los agitados suspiros de hace algunos momentos y estaba acompañada por algunos gemidos, un poco exagerados para el deleite de Julián. Su semen se acumuló en su mano y se regó por su abdomen y su pene. El sudor se le acumulaba en la mitad del pecho y algo en su cara. Su boca estaba seca y sus ojos cerrados por un momento. Julián había visto demasiado, su cuerpo tampoco pudo resistir la carga de imágenes y las caricias certeras a su verga. Eyaculó tratando de no emitir sonido alguno y sintiendo el mayor placer de su vida. Su semen se regó por sus manos y sus piernas.

La habitación quedó en silencio por unos segundos mientras los dos muchachos se relajaban. Para Esteban había sido un verdadero placer excitar a su primo, para Julián, su varonil primo Esteban había compartido su intimidad con él sin darse cuenta. Para ambos habían sido momentos muy excitantes.

Cansado, Esteban se limpió como pudo, se puso unos boxers y una cobija. Julián mientras tanto, trataba de limpiar su mano derecha en sus boxers y en la cobija. Esteban se durmió pensando que su primo le sería de gran utilidad para liberar la tensión de los entrenamientos, Julián se durmió agradecido con su primo, pensando que éste jamás sabría lo que pasó. Mañana será otro día pensaron los dos…

Belleza Masculina - Que lindo rostros

domingo, 27 de julio de 2008

Emmanuel Horvilleur - cantante

Emmanuel Horvilleur integró el dúo Illya Kuryaki & The Valderramas junto a Dante Spinetta. A fines del 2001 comenzó la grabación de su debut solista, que se concretó durante los primeros meses del 2003, bajo el nombre de "Música y delirio". "Soy tu nena" fue el corte de difusión de una placa que él mismo definió como "de transición": «es una curiosa fusión de baladas rockeras y cumbias psicodélicas, sin perder la característica faceta lúdica».

"Rocanrolero" (2005) marcó otro momento musical en Horvilleur. Más emparentado con el rock clásico, con pocos toques de funk y hip hop. La producción estuvo a cargo de Emmanuel junto a Tweety González y participaron de la grabación Tuta Torres (bajo), Alejandro Castellani (batería), Alejandro Bavaso (teclados), Dizzy (guitarra) y Nico Cota (percusión). El track "Fan" fue ampliamente difundido por ser, además, la cortina de la telecomedia "Soy tu fan", protagonizada por Dolores Fonzi. "Alucinante" contó con la participación de Dante Spinetta; y Botafogo sumó su guitarra en "Seguir", "La nave" y "Un rap".

"Radios" es el primer corte adelanto del nuevo disco de Emmanuel Horvilleur, llamado "Mordisco", con once tracks, el álbum contó con la producción y dirección musical del propio Emmanuel y Rafa Arcaute. Mezclado por Hector Castillo en Looking Glass Studios NYC, contó con la participación de varios invitados entre los que se destacan Ana Alvarez de Toledo, Nico Cota, Lucas Marti y Gustavo Cerati.

Emmanuel Horvilleur - Radios

QUE LINDOS CHICOSSSSSS

MOROCHO ARDIENTE

Bien de familia

Bien de familia

Escribe VÍCTOR RAMÍREZ, EL HUIJE Acerca de salir del clóset ante la familia, las reacciones, los miedos y las satisfacciones.

Sucedió a fines del 81 y lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Eran tiempos sin SIDA en los que la palabra gay todavía no tenía la carga mediática que actualmente tiene.. Mi vieja, con su mejor cara de tragedia griega me invitaba a sentarnos en la sala porque «teníamos que hablar». Fiel a su filosofía, según la cual era menester afrontar los disgustos sin rodeos, me espetó un «hijo, ¿vos sos homosexual?», moviendo la cabeza como esos perritos que suelen poner de adorno en los autos.

Yo tenía casi veinte años y acababa de romper una relación que ya había superado los siete aniversarios. En ese momento pasaron por mi mente miles, millones de imágenes: mi primera vez, los miedos iniciales, la primera noche que él se quedó a dormir en casa como un «amigo», el día en que nos dimos el titulo de «novios», los tantos y tantos desayunos que mi misma madre nos servía contenta porque el nene no era uno de esos «tarúpidos» (neologismo que ella usaba con frecuencia) que no tenían vida social... las discusiones familiares tan cargadas de expresiones homofóbicas (aunque por entonces yo desconociera la existencia de esa palabra), las burlas de mi hermano ante mi total ineptitud para los deportes...

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«¿Qué le digo?» me pregunté muy asustado. Y unas décimas de segundo después mi acuariano nato me ganó de mano y largó un certero y contundente «sí» como única respuesta a lo que se me había preguntado. Luego vino el silencio más absoluto. Dramatismo y desconcierto en la mirada desorbitada de mi madre para estallar de pronto en un desgarrado «¿Qué me hiciste? ¿Qué me hiciste?».

No reproduzco mi respuesta porque fue una de las más bestiales intemperancias de mi historia y no me enorgullezco de ella. Baste con declarar que fui directamente al choque y que solo su inconmensurable amor de madre taurina evitó males mayores. De todos modos, no se privó de hacerme padecer todas las maldiciones destinadas a las «personas que son como vos». En pocos días pude reproducir toda la historia de la homosexualidad en mi misma persona, al ser considerado como pecador, delincuente y finalmente como enfermo, para luego volver a recorrer el vía crucis de atrás para adelante y de adelante para atrás. Calvario que, en lo concreto, se tradujo en obligadas sesiones de terapia (porque «no me entra en la cabeza que eso no se pueda curar»), en el silencio cobarde de mi padre (que cuando las papas quemaban prefería dejarlo todo en manos de su señora esposa) y en una década casi completita durante la cual mi hermano mayor no me dirigió la palabra.

Fue duro pero lo que no mata fortalece. Sobreviví. Difícilmente se sucumbe cuando se tiene la convicción profunda de que el amor nunca puede ser algo reprobable. Después pasaron muchas cosas. Reencuentros y nuevos desencuentros fueron la constante de nuestra difícil relación familiar. Sin embargo, hoy que también soy padre, puedo comprender (aunque no justificar) tales reacciones. Sobre todo la de mi madre. Los prejuicios, los miedos, las inseguridades, los sentimientos de culpa, las frustraciones y vaya uno a saber cuántas pálidas más se le mezclaron en la coctelera para generar un brebaje explosivo que ni siquiera ella (que estaba habituada a manejar el universo que la rodeaba con pericia inigualable) pudo controlar.

Hoy que los años han pasado y puedo ver las cosas desde otro ángulo e incluso salir de mí mismo y confrontar con lo que les sucede a los demás, me doy cuenta de que muchos son los cambios, aunque la película de la homofobia parezca más bien una foto retocada.

Me habría gustado saber cuál hubiera sido el devenir ideológico de mi señora madre, de haber tenido la posibilidad de vivir estos años actuales en los que el desprecio por lo diverso comienza a perder (con timidez) su status de pensamiento políticamente correcto. Cada día son más las personas que se dan cuenta de que lxs integrantes de esta comunidad tan heterogénea como es el colectivo LGBT somos seres humanos, sujetos de derecho, tan falibles y meritorios como cualquier hijx de vecinx. Cada día son más las personas que se brindan el beneficio de poner en duda los valores ancestrales y se permiten la idea de una convivencia basada en el respeto y la comprensión.

Esto no significa que las familias de hoy en día sean más abiertas y respetuosas de la orientación sexual de sus hijxs. Tal vez debieran serlo, habida cuenta de la mayor información disponible y la creciente exposición de muchxs de nosotrxs que (en algunos casos) mostramos un perfil francamente reñido con el estereotipo dominante en la conciencia colectiva.

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No sé si el mundo de hoy es mucho mejor que el de hace veinte años. Pero sí se me ocurre que la responsabilidad de lograr una cada vez mayor aceptación de nuestras elecciones de vida también depende de nosotrxs, de lxs hijxs de esas madres y esos padres que se han educado en el odio y la desvalorizació n de lo diferente. «Debemos ser el cambio que queremos ver» decía Gandhi. Nosotrxs, los gays, las lesbianas y lxs trans deberíamos defender nuestros reclamos con el ejemplo. Y más aun: animarnos a salir del armario frente a nuestras respectivas familias a fin de demostrarles que nada cambia por el hecho de blanquear una sexualidad que pretendía estar oculta. La persona que comparta mi cama no va a cambiar lo que yo soy. Si hoy me amás, no hay razones para que mañana me desprecies, habiendo mediado solamente una manifestación honesta de mi ser más íntimo.

Sepan quienes lo intenten que nadie puede garantizarles un jardín de rosas. Puede que el destino les haya puesto como prueba una familia como la mía. Puede que sea aun peor. Pero también cabe la posibilidad de que les suceda lo que a un amigo mío cuya madre, al enterarse de su homosexualidad, lo abrazó y lo besó aliviada: habiendo llegado "el nene" a los treinta sin haber presentado ni una novia, ella ya pensaba que tal vez tuviera «algún problema».

Como verán, hay de todo como en botica. Lo cierto es que, fuere cual fuere la reacción de nuestro entorno, siempre será mejor afrontar la vida con la verdad y sin vergüenzas. Sentirse un poco Superman, pero sin lentes ni capa. Por lo general, las cosas no suelen ser tan terribles como unx se las imagina. Y aun si lo fueran, nada se iguala a la paz que emana del simple hecho de encarar la brisa fresca con el orgullo de haber enaltecido la propia dignidad.

Eso es todo por ahora. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que aprendió a sobrevivir a las taras familiares.