Bien de familiaEscribe VÍCTOR RAMÍREZ, EL HUIJE Acerca de salir del clóset ante la familia, las reacciones, los miedos y las satisfacciones. Sucedió a fines del 81 y lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Eran tiempos sin SIDA en los que la palabra gay todavía no tenía la carga mediática que actualmente tiene.. Mi vieja, con su mejor cara de tragedia griega me invitaba a sentarnos en la sala porque «teníamos que hablar». Fiel a su filosofía, según la cual era menester afrontar los disgustos sin rodeos, me espetó un «hijo, ¿vos sos homosexual?», moviendo la cabeza como esos perritos que suelen poner de adorno en los autos. No reproduzco mi respuesta porque fue una de las más bestiales intemperancias de mi historia y no me enorgullezco de ella. Baste con declarar que fui directamente al choque y que solo su inconmensurable amor de madre taurina evitó males mayores. De todos modos, no se privó de hacerme padecer todas las maldiciones destinadas a las «personas que son como vos». En pocos días pude reproducir toda la historia de la homosexualidad en mi misma persona, al ser considerado como pecador, delincuente y finalmente como enfermo, para luego volver a recorrer el vía crucis de atrás para adelante y de adelante para atrás. Calvario que, en lo concreto, se tradujo en obligadas sesiones de terapia (porque «no me entra en la cabeza que eso no se pueda curar»), en el silencio cobarde de mi padre (que cuando las papas quemaban prefería dejarlo todo en manos de su señora esposa) y en una década casi completita durante la cual mi hermano mayor no me dirigió la palabra. Fue duro pero lo que no mata fortalece. Sobreviví. Difícilmente se sucumbe cuando se tiene la convicción profunda de que el amor nunca puede ser algo reprobable. Después pasaron muchas cosas. Reencuentros y nuevos desencuentros fueron la constante de nuestra difícil relación familiar. Sin embargo, hoy que también soy padre, puedo comprender (aunque no justificar) tales reacciones. Sobre todo la de mi madre. Los prejuicios, los miedos, las inseguridades, los sentimientos de culpa, las frustraciones y vaya uno a saber cuántas pálidas más se le mezclaron en la coctelera para generar un brebaje explosivo que ni siquiera ella (que estaba habituada a manejar el universo que la rodeaba con pericia inigualable) pudo controlar. Hoy que los años han pasado y puedo ver las cosas desde otro ángulo e incluso salir de mí mismo y confrontar con lo que les sucede a los demás, me doy cuenta de que muchos son los cambios, aunque la película de la homofobia parezca más bien una foto retocada. Me habría gustado saber cuál hubiera sido el devenir ideológico de mi señora madre, de haber tenido la posibilidad de vivir estos años actuales en los que el desprecio por lo diverso comienza a perder (con timidez) su status de pensamiento políticamente correcto. Cada día son más las personas que se dan cuenta de que lxs integrantes de esta comunidad tan heterogénea como es el colectivo LGBT somos seres humanos, sujetos de derecho, tan falibles y meritorios como cualquier hijx de vecinx. Cada día son más las personas que se brindan el beneficio de poner en duda los valores ancestrales y se permiten la idea de una convivencia basada en el respeto y la comprensión. Esto no significa que las familias de hoy en día sean más abiertas y respetuosas de la orientación sexual de sus hijxs. Tal vez debieran serlo, habida cuenta de la mayor información disponible y la creciente exposición de muchxs de nosotrxs que (en algunos casos) mostramos un perfil francamente reñido con el estereotipo dominante en la conciencia colectiva. Sepan quienes lo intenten que nadie puede garantizarles un jardín de rosas. Puede que el destino les haya puesto como prueba una familia como la mía. Puede que sea aun peor. Pero también cabe la posibilidad de que les suceda lo que a un amigo mío cuya madre, al enterarse de su homosexualidad, lo abrazó y lo besó aliviada: habiendo llegado "el nene" a los treinta sin haber presentado ni una novia, ella ya pensaba que tal vez tuviera «algún problema». Como verán, hay de todo como en botica. Lo cierto es que, fuere cual fuere la reacción de nuestro entorno, siempre será mejor afrontar la vida con la verdad y sin vergüenzas. Sentirse un poco Superman, pero sin lentes ni capa. Por lo general, las cosas no suelen ser tan terribles como unx se las imagina. Y aun si lo fueran, nada se iguala a la paz que emana del simple hecho de encarar la brisa fresca con el orgullo de haber enaltecido la propia dignidad. Eso es todo por ahora. Desde las callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires se despide Víktor Huije, un cronista de su realidad que aprendió a sobrevivir a las taras familiares. |
domingo, 27 de julio de 2008
Bien de familia
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