Muy interesante, en el diario HOY de Ecuador a propósito de que Obispos católicos, aunque no aceptan el "matrimonio" gay no niegan el derecho a formar parejas con fines patrimoniales y otros. Léanlo por favor
Por Rodrigo Tenorio Ambrossi
Nuevamente se ha puesto sobre el tapete el tema de la homosexualidad. Como siempre que se abordan temas que, de una u otra manera, contradicen las supuestas normalidades, de inmediato aparecen los prejuicios. Qué difícil para muchos cambiar sus formas de mirar e interpretar el mundo, pues se sienten muy protegidos tras la trinchera de las antiguas concepciones sociales y religiosas. Soñamos que se ha volteado, de una vez por todas, la página de los prejuicios y de ciertas actitudes religiosas francamente ominosas. Buena parte del tema de los derechos pertenece al universo del papel.
Todavía se ataca la homosexualidad desde ciertos sectores sociales y políticos que se empecinan en juzgar que la única manera de estar bien en el mundo es siendo heterosexual.
Parece inconcebible que algunos discursos religiosos aún digan, sin el más mínimo sonrojo, que la homosexualidad es un pecado porque Dios hizo hombres y mujeres y que los hombres deben unirse con mujeres y nunca las mujeres entre sí y, peor aún, los hombres con otros hombres. Son los que hablan a nombre de un Dios de quien se consideran voceros oficiales.
Sin embargo, hay algo nuevo. Un obispo se ha permitido aceptar, a nombre de la Iglesia, la convivencia de homosexuales como pareja legítima. Un paso enorme porque se ha abandonado tanto la idea de que la única sexualidad legítima es la heterosexualidad, como la seguridad de que la homosexualidad no es otra cosa que una forma más de pecar. Se ha aceptado que la ética de la sexualidad no se basa en la heterosexualidad, sino en la calidad de las relaciones con los otros. Eso implica aceptar que la sexualidad no es otra cosa que la forma de estar en el mundo, de interpretarlo y de vivir, de manera legítima, lo placentero y gozoso. Además, se ha reconocido que la sexualidad es una construcción que se inicia aun antes del nacimiento y que se extiende a lo largo de la vida y que, en ese proceso, pueden acontecer mil cosas que dejan huella y que hasta la desorganizan. ¿En dónde y por qué se producen esas variaciones? Las respuestas son múltiples, pero ninguna de ellas tendrá que ver con una ética del pecado y del mal.
Se ha dado un primer paso que permitirá, poco a poco, dar otros que aún no tienen espacio en las condiciones culturales de nuestro medio. Hay que celebrar el hecho de que, finalmente, se ha sacado a los homosexuales de las puertas del infierno. El único infierno posible son los otros que rechazan las diferencias, los que se consideran dueños de la verdad y que se presentan como modelos éticos a seguir como si todavía fuésemos ese inmenso redil cristiano de los siglos pasados.
E-mail: rtenorio@hoy. com.ec
Por Rodrigo Tenorio Ambrossi
Nuevamente se ha puesto sobre el tapete el tema de la homosexualidad. Como siempre que se abordan temas que, de una u otra manera, contradicen las supuestas normalidades, de inmediato aparecen los prejuicios. Qué difícil para muchos cambiar sus formas de mirar e interpretar el mundo, pues se sienten muy protegidos tras la trinchera de las antiguas concepciones sociales y religiosas. Soñamos que se ha volteado, de una vez por todas, la página de los prejuicios y de ciertas actitudes religiosas francamente ominosas. Buena parte del tema de los derechos pertenece al universo del papel.
Todavía se ataca la homosexualidad desde ciertos sectores sociales y políticos que se empecinan en juzgar que la única manera de estar bien en el mundo es siendo heterosexual.
Parece inconcebible que algunos discursos religiosos aún digan, sin el más mínimo sonrojo, que la homosexualidad es un pecado porque Dios hizo hombres y mujeres y que los hombres deben unirse con mujeres y nunca las mujeres entre sí y, peor aún, los hombres con otros hombres. Son los que hablan a nombre de un Dios de quien se consideran voceros oficiales.
Sin embargo, hay algo nuevo. Un obispo se ha permitido aceptar, a nombre de la Iglesia, la convivencia de homosexuales como pareja legítima. Un paso enorme porque se ha abandonado tanto la idea de que la única sexualidad legítima es la heterosexualidad, como la seguridad de que la homosexualidad no es otra cosa que una forma más de pecar. Se ha aceptado que la ética de la sexualidad no se basa en la heterosexualidad, sino en la calidad de las relaciones con los otros. Eso implica aceptar que la sexualidad no es otra cosa que la forma de estar en el mundo, de interpretarlo y de vivir, de manera legítima, lo placentero y gozoso. Además, se ha reconocido que la sexualidad es una construcción que se inicia aun antes del nacimiento y que se extiende a lo largo de la vida y que, en ese proceso, pueden acontecer mil cosas que dejan huella y que hasta la desorganizan. ¿En dónde y por qué se producen esas variaciones? Las respuestas son múltiples, pero ninguna de ellas tendrá que ver con una ética del pecado y del mal.
Se ha dado un primer paso que permitirá, poco a poco, dar otros que aún no tienen espacio en las condiciones culturales de nuestro medio. Hay que celebrar el hecho de que, finalmente, se ha sacado a los homosexuales de las puertas del infierno. El único infierno posible son los otros que rechazan las diferencias, los que se consideran dueños de la verdad y que se presentan como modelos éticos a seguir como si todavía fuésemos ese inmenso redil cristiano de los siglos pasados.
E-mail: rtenorio@hoy. com.ec
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